Para hacer justicia a la memoria, en estos últimos años tan difíciles, no hemos dejado de vivir y sentir la Semana Santa. Sin poder salir a las calles, las hermandades se reinventaron para poder acercar a sus Sagrados Titulares a los hogares de los hermanos cofrades en lo más crudo del 2020 y, especialmente, en el 21, cuando se ofrecieron en los templos y Casas de Hermandad unas escenas evangélicas, llenas de sentido y mimadas en detalles, para que fuéramos nosotros los que nos acercáramos a contemplar, rezar y encomendarnos a ellos en los días de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor, eje nuclear de nuestra fe.

En esta pasada Cuaresma hemos podido retomar los cultos con normalidad y, durante la Semana Santa se ha podido procesionar sin problemas; ha sido una Semana de Pasión que va a quedar grabada en las retinas de los que hemos tenido la oportunidad de vivirla y donde todo se ha hecho con brillantez y elegancia por parte de las corporaciones cofrades.

De nuevo comenzamos la Cuaresma y hay un pensamiento de San Juan de la Cruz que en estos días no se me quita de la cabeza y que todos vosotros seguro que recordáis: “Al atardecer de la vida, seremos examinados del amor”.

Estas palabras me llevan a invitaros a que todo lo que hagáis, en este tiempo y siempre, sea desde el amor cristiano para que, desde ahí, todo cobre sentido.

En nuestros ambientes sociales hay quien vende la Semana Santa como un producto que atrae turismo, genera ingresos y crea puestos de trabajo. Otros ven a nuestras corporaciones y sus procesiones como un vestigio del pasado que hay que proteger para que no se pierda esa singularidad propia de nuestra tierra. Otros pueden ver a nuestras hermandades como parte del tejido asociativo de la ciudad, desgajándolo de cualquier elemento religioso, y puede que haya quien incluso use y abuse de las hermandades para medrar en cualquier ámbito de nuestra sociedad.

De estas y otras muchas maneras se pueden ver a nuestras hermandades; pero, para quienes forman parte de ellas, es importante tener claro que la fe tiene que ser nuestro denominador común y el mandamiento del Amor, nuestra máxima en el día a día.

Somos, y debemos reivindicarnos como un grupo de fe que da público testimonio a través de las salidas procesionales, pero también con nuestros cultos y obras sociales, que son parte intrínseca de nuestra vivencia cristiana.

Hemos de caminar sabiendo que llevamos unos dones preciosos en vasijas de barro y es nuestra responsabilidad, con la ayuda de la Gracia, poner esos dones al servicio de la Iglesia desde nuestras hermandades y cofradías, para que éstas vayan avanzando por las sendas que Cristo nos va mostrando en el Evangelio. En el camino, a veces, nos podemos encontrar con atajos o gratificaciones que enaltecen nuestra soberbia y nos alejan de nuestras metas. Por eso, hemos de estar contrastando continuamente nuestra vida con el Evangelio; plantearnos qué es lo que nos pide el Señor en cada momento y, con valentía, sencillez y humildad, responder y estar al servicio de la Iglesia desde nuestras realidades cofrades para, cada vez más, irnos identificando y mostrando sin ambages como auténticos militantes del Evangelio.

Ante nosotros se vuelve a abrir este tiempo cuaresmal, no como el tiempo glorioso donde los cofrades despliegan todo su buen hacer en cultos, ensayos, recogidas de alimentos, puesta a punto de enseres y, finalmente, salidas procesionales, sino que en este tiempo y recordando a San Juan de la Cruz, hemos de recordar a cada paso que, al atardecer de nuestras vidas seremos examinados del amor. Es aquí, en este tiempo, donde se nos brinda la oportunidad de ponernos a punto para seguir purificándonos y avanzando por las sendas del Evangelio para mejor vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor.

Y de esa manera, por amor, hemos de preparar unos cultos que ayuden a entrar en el Misterio y nos acerquen a Jesucristo que, de forma especial, se nos hace presente a través de los Sacramentos. Hemos de participar, no por obligación, sino por devoción y convencimiento personal de que estamos donde tenemos que estar y participando de lo que somos y creemos.

Hemos de aprovechar este tiempo para acudir al sacramento de la penitencia, tan denostado en nuestra sociedad pero que nos fortalece de una manera sin igual. En él, ponemos nuestras miserias ante el Señor desde un arrepentimiento sincero, reconociendo nuestros pecados y debilidades que nos alejan de Él y de los hermanos y, a través del sacerdote, sentimos la gracia liberadora del perdón sacramental para descubrir el Amor que brota del costado de Cristo que se entrega por todos y cada uno de nosotros precisamente para eso, para mostrarnos su amor sin medida y, como al buen

Ladrón, decirnos también a nosotros, cada vez que salimos perdonados: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Cfr. Lc 23, 43). La confesión nos ayuda a centrarnos en nuestra vida de fe y, descubriendo las sendas sin salidas que cogemos a veces, nos muestra el camino de Cristo y su Evangelio.

Otro punto fundamental sin que el que no se puede entender la vida de un cristiano cofrade es el de la oración. Hablamos mucho de ella, del encuentro con el Señor, pero… ¿cuánto tiempo usamos al día para relacionarnos con Él? ¿Tenemos costumbre de leer y meditar el Evangelio diario? ¿Nos asomamos a la vida de los Santos para, desde su testimonio y ejemplo, edificarnos en una vida de fe sólida? ¿Con cuánta frecuencia rezamos el Santo Rosario solos, en familia o con miembros de nuestra hermandad?

Este es un tiempo privilegiado para fortalecer nuestra oración y dejarnos caer en el Amor de Dios, dejarnos abrazar por Él para, desde ahí, poder abrazar cada día a nuestros hermanos, no sólo los de la hermandad, la familia o los compañeros de trabajo, sino todo aquel que, conocido o no, querido o no, necesite en algún momento de lo que somos o tenemos: de esa manera mostramos a los demás que caminamos desde ese abrazo fortalecedor del Amor de Dios en la cotidianidad de nuestras vidas.

Y la Eucaristía. No viviremos plenamente la fe hasta que nos encontremos con Cristo en la celebración eucarística; y con participar en la Eucaristía no me refiero a estar presentes en los cultos y celebraciones en los que nos “toque” participar, sino poner en ellos todo nuestro corazón para que, escuchando la Palabra de Dios, dejándonos interpelar por ella, y alimentándonos de Cristo-Eucaristía, le pidamos a Él que vaya transformándonos para que cada día seamos más capaces de vivir en su amor y de transmitirlo a los demás.

Y todo ese trabajo hemos de hacerlo con la conciencia de que Cristo nos ha llamado a ser sus testigos en medio de nuestra debilidad y, con su Gracia y convencidos de esa llamada, trabajar por hacer presente ese testimonio en nuestra forma de participar, trabajar, hablar y colaborar para que mi hermandad sea eso…¡¡¡¡hermandad!!!! Una Asociación Pública de fieles que, a través del Culto a sus Sagrados Titulares, quiere crecer y manifestarse en nuestra realidad concreta como un grupo que vive y camina a la luz del Evangelio, con sus debilidades, pero conscientes de que Cristo nos fortalece y, con la ayuda de María Santísima, nos hace capaces de superar los obstáculos que nos vamos encontrando en el día a día de nuestra vida.

Y todo esto nos tiene que llevar a otro instrumento fundamental para purificarnos y acercarnos al Señor, especialmente, en este tiempo de Cuaresma: la limosna. Ésta la tenemos que vivir como elemento purificador que nos hace descubrir que lo único importante, fundamental y que no puede faltar en nuestras vidas es el Señor, todo lo demás es relativo. La limosna se convierte en obligación para los creyentes. Nos acerca a Dios y a los hermanos y, si la ejercemos como signo del Amor que el Señor nos tiene y que reflejamos con sencillez y humildad con gestos concretos hacia los hermanos, nos ayuda a caminar alejados de la soberbia, el orgullo, la codicia… Y esta limosna no solo tiene que ser económica. También puedo ofrecer mi tiempo y los dones que el Señor me ha regalado para ponerlos al servicio de la Iglesia. De esa manera me convierto “yo mismo” en limosna para la comunidad.

Por tanto, os animo a que esta Cuaresma no pase desapercibida por las hojas del calendario y, lo mismo que nos gastamos y desgastamos porque en la salida procesional de mi hermandad todo esté perfecto, hagamos lo mismo con nuestra vida: que, desde la oración, la celebración de los sacramentos y la limosna nos vayamos preparando para vivir los días centrales de nuestra fe: la Pasión, la Muerte y la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Estos días los viviremos en los templos y en la calle, pero estemos donde estemos en cada momento, hagámoslo desde la fe y con el pensamiento en que no todo acaba en esta tierra y que, como nos recuerda San Juan de la Cruz, al atardecer de la vida, seremos examinados del amor.

Salvador J. Guerrero Cuevas

Delegado Episcopal de Hermandades y Cofradías.

Diócesis de Málaga.